La piel es el órgano más grande que tiene el ser humano y está formado por miles de receptores sensoriales, esto quiere decir que la sensibilidad y todo lo que transmitimos a través del tacto tiene un papel fundamental en nuestras vidas. La afectividad tiene sus propios idiomas, y uno de ellos puede ser a través del contacto físico y el tacto. El contacto físico es la forma de comunicación más sencilla y directa. Abrazarse, besarse, acariciarse; son formas de transmitir y recibir amor por parte de otra persona. Para algunos el contacto físico es su lenguaje principal, sienten seguridad y felicidad a través de este. Existen innumerables estudios sobre los beneficios del contacto físico y casi todos llegan a la misma conclusión: el tacto encierra secretos relacionados con el bienestar.
La ciencia ha demostrado que un toque amistoso hace que la piel emita una señal al cerebro. El principal efecto de esto es una reducción en la producción de cortisol, la hormona relacionada con el estrés. Así mismo, se comprobó que otro efecto positivo del tacto y contacto físico es que también incrementa la producción de serotonina, dopamina y oxitocina, las cuales son hormonas que tienen un papel importante en la sensación de bienestar. El simple hecho de tocar una mano hace que ciertas zonas del cerebro relacionadas con el miedo disminuyan su actividad.
Las caricias, masajes, ser abrazados o cogidos por los padres, en el caso de los niños/as, es tan fundamental como dar alimento, porque no sólo satisfacen la necesidad psicológica fundamental de sentirse amados, sino que, además, son estímulos indispensables para la maduración del cerebro. Es por eso, que ser indiferente afectivamente con los niños/as podría considerarse uno de los malos tratos más graves, sobre todo cuando esto ocurre durante los primeros años de vida. Algunas investigaciones han demostrado que la falta de caricias y separaciones de la figura de apego, marcan correlación con cambios en ritmos cerebrales, trastornos del sueño e incluso alteración en los ritmos cardíacos. Se ha demostrado también que la ausencia de contacto físico hace que el cerebro produzca más adrenalina, lo cual predispone a tener comportamientos más impulsivos y agresivos en los niños/as.