Las defensas agresivas tienen éxito por muchas razones, pero cada una comparte tres cualidades importantes que alimentan y nutren nuestra agresividad, y como consecuencia su éxito.
La superior forma física no es fruto de la casualidad.
Requiere un programa de preparación física cuidadosamente planeado y un compromiso, contraído por cada jugador, de hacerse físicamente apto.
Tanto el entrenador como sus jugadores deben ser fuertes en defensa.
El defensor agresivo es como un resorte tirante pronto a dispararse después de un pase malogrado o de un balón robado, para interceptar a un hombre desmarcado, detener a un hábil driblador, o de cualquier manera efectuar, sin faltar al reglamento, todo lo que esté a su alcance para impedir la penetración ofensiva.
Por añadidura, el defensor completo sabe explotar los puntos débiles de su oponente.
El equipo defensivo agresivo luce una buena forma física: todos en el equipo pueden jugar a pleno rendimiento durante el partido completo.
Si alguna vez ha de jugar una defensa de calidad, debe ser un autentico antagonista que constantemente se esfuerce en superar al contrario, acosándole, maniobrándolo a su antojo, venciéndole por astucia y en las triquiñuelas del juego.
Como individuo, cada jugador debe ser aplicado, leal e incansable trabajador.