Lo vi todo. El cielo, mi hermana volando y reventar. Enloquecí.
Rosa corría y arranqué a correr detrás de ella. No 'me puse a correr', no 'empecé a correr', sino que arranqué a correr.
Soy rápido, muy rápido, pero ella lo fue más y se metió en mi habitación, en la habitación de la derecha de las tres que están en el extremo del piso.
¿Por qué el destino, de tres puertas solo te lleva a aquella, la única en la que la puta ventana está abierta?
¿Por qué?
En esta habitación se metió, y yo detrás de ella, gritando: 'Rosa, Rosa, Rosa...'.
Me llevaba cuatro metros de ventaja.
Cuando entro en la habitación, mi hermana ya ha saltado encima de mi cama trampolín.
Y mi ventana, a dos palmos de la cama, estaba abierta porque el día era primaveral, y amable, y dulce.
Y por esto desde entonces, cuando la primavera nos trae días dulces y amables, yo no estoy a gusto.
No siento odio ni tristeza, simplemente no es para mí el día más bonito del mundo: no es el día de primavera que tanto os gusta a todos.
Es un día en que yo..., vale, es porque pienso en ella.
Tengo grabado este momento, esta fotografía en la que yo veo el cielo y a ella que salta.
Porque ella saltó hacia arriba, saltó sin mirar atrás, simplemente saltó, y yo por poco voy tras ella, casi caigo por el impulso de protección, de desesperación, más que de protección.
Desesperado, me tiré detrás de ella pero la cama me impidió alcanzarla; no la toqué, pero la sentí, acaricié el aire que removió al caer y olí el olor de su cuerpo que descendía acelerándose.
Vi cómo golpeaba el suelo.
Yo he visto a mi hermana golpeando el suelo, reventar.
Desde el alféizar de la ventana, con los ojos aterrados lo vi todo.
Vi el cielo, la vi a ella volando y reventar.
Enloquecí.